sábado, 3 de septiembre de 2011

Sinsentido


Empieza septiembre.
Las playas de Benissa se vacían de un día para otro y a mí en lugar de alegrarme me entra la penica.
Me miro y tengo canas y cosas peores.
Un viejo de insana piel blanca y camiseta interior de tirantes sucia me mira de forma tan obscena que casi vomito. Igual otro día su osadía me hubiese inspirado piedad, pero este mes no tengo el cuerpo para farolillos.
Conce dice: Ala, ahora a adelgazar.
Sila empieza a mencionar su nuevo cole a todas horas.
Recurro a mi madre que ella siempre me entiende: mamá, que si ciclos, que me agobio, que si ruedas… Hija mía –me suelta- sí que eres floja.
Una dulce melodía deleita mis oídos que aguzo para descubrir al emisor: un puestecillo que vende cedés cerca del mercado. Tras los primeros compases de copla, se abre paso una letra preciosísima: ya verás paloma vendrá el gavilán, ya verás paloma vendrá el gavilán, ya verás paloma vendrá el gavilán que a ti te coma…
¿Por qué todo se ha vuelto cutre de repente?  ¿A dónde fue a parar el lustre?

Cuando el verano pasado paseábamos por las calles barcelonesas con la alegría que da una ciudad para visitar con amigas, quizá intuyéramos ya al hacer la foto, o quizá no, que estábamos representando la vida misma. Y es que la vida, como la foto, es un sinsentido.