jueves, 20 de octubre de 2011

Fue un final apocalíptico

Se llamaba legionella y vivía en el interior de un aire acondicionado. Ella no era, por así decirlo, una bacteria de matices. Más bien lo suyo fuese el paso grueso, la rosca ancha.
Su naturaleza la hacía ser desconfiada y susceptible y solo salía a infectar cuando no había moros en la costa. Si no lo tenía claro, se quedaba colgada de las rejillas del Split viendo todos los programas de corazón que echaban por la tele, lo cual le ocupaba un tiempo considerable que le hurtaba al pensar. Disfrutaba viendo a los periodistas despedazar a los famosos. Se lo tenían merecido ¿Acaso no ganaban dinero a espuertas sin pegar palo al agua? Había en su atenta observación un viejo morbo conocido ya en el circo romano, y no pequeñas dosis de envidia.
Legionella, como otras tantas legionellas, disfrutaba del estado del bienestar que otros habían creado y quizá por no ser obra propia no le conferían demasiada importancia. Tenían un sistema educativo digno, donde educar a sus legionellitos, con garantía de acceso universal, para pobres y ricos. La sanidad garantizaba el tratamiento de todas las enfermedades que sufrían las legionellas, incluyendo los más avanzados equipos de diagnostico precoz frente a las fumigaciones indiscriminadas  que a veces eran llevadas a cabo por los humanos. Pero con respecto a todo esto, la sanidad, la educación, las libertades individuales… actuaban lo mismo que un adolescente descreído, era obligación que lo tuvieran.
Hasta que un día llegó hasta sus vidas un salva patrias que, en mangas de camisa arremangada y sin siquiera corbata, empezó a soltar frases simplistas y redondas con las que convenció a todas las legionellas de que él era el único que podía garantizarles el trabajo. Poco a poco fue encumbrándose y ganando más adeptos. Lo tenía fácil, pues su antecesor, disfrazado de legionella socialista había vaciado esta palabra de contenido protegiendo el sistema financiero y recortando a los menos pudientes. Primero se había dirigido a la Administración general, con una calculada campaña orquestada con la colaboración de los medios de comunicación, todos los funcionarios legionellas eran en aquella época repudiados por los demás, mirados con recelo en el metro. Eran unos vagos, así que el primer recorte, bajar los sueldos, fue abiertamente celebrado ¿De nuevo circo romano? Pasó un tiempo y los recortes fueron bajando el nivel adquisitivo de los recortados, y así, fueron los parados de larga duración los que vieron volar su subsidio. Son unos vagos – jaleaba la gente – que busquen trabajo. Se redujo el gasto en cultura: festivales de cine, bandas de música… ¡Son unos chupópteros! - decían a coro las legionellas no afectadas. ¿Otra vez el deporte nacional? Se hizo una reforma laboral que apretaba las tuercas a los de abajo, se orquestó otra campaña de acoso y derribo contra los docentes que trajo como consecuencia el aumento de su tiempo de trabajo con la consiguiente bajada del nivel educativo…
¿Queréis que os diga que la cosa paró aquí?
Salva patrias entró con más razón que un santo, encumbrado en su mayoría absoluta, jaleado por aquellos a quienes al final iba a joder. Y claro, recortó a lo Cospedal pues ¡no veas cómo encontró aquello!
Fue un final apocalíptico: La comunidad de legionellas fue primero recortada a la mitad. El motivo: una fumigación humana masiva frente a la que sólo pudieron salvarse las legionellas acaudaladas que pudieron pagar la vacuna. El sistema de salud había sufrido tales recortes que ni siquiera hubo para niños y ancianos. Esa élite pudiente que sobrevivió fue nuevamente diezmada por un nuevo ataque y así sucesivamente hasta que en Legionellandia sólo quedó una oligarquía legionellística que vivió desde entonces, en comunidad, en los aspersores del Parque del Turia (zona Palau, of course) No veían la tele, pues desde siempre aborrecían los programas del corazón por ser opio del populacho. Se dedicaban a elevadas lecturas y a lucir palmito con sus coches caros que salvaban vidas (tipo Infiniti)  y sus caros relojes que ocultaban por cantarines y no por pudor. A veces pensaban con nostalgia en aquellas legionellas caídas en el camino. Cuando ellas correteaban por allí sus fastos eran más fastos, pero este pensamiento sólo duraba un momento. Después volvían a lucir marcas en las pecheras y su henchida vanidad les curaba la nostalgia.